Asa Regnér es Directora Ejecutiva Adjunta de ONU Mujeres y Subsecretaria General de la Organización de las Naciones Unidas.
Adicionalmente, son ellas quienes asumen el grueso del trabajo de cuidado no remunerado de niños, ancianos, familiares enfermos y con discapacidad, y desempeñan entre dos y 10 veces más labores de este tipo que los hombres. Estas responsabilidades se ven exacerbadas con el cierre de escuelas y el desbordamiento de los sistemas sanitarios, lo cual aumenta el riesgo de contagio e impide el acceso al empleo remunerado al no poder compatibilizar ambas responsabilidades.
Paradójicamente estas contribuciones, que han mitigado los devastadores efectos de la pandemia, continúan siendo infravaloradas e invisibilizadas. En algunos países estos servicios ni siquiera forman parte del mercado formal de trabajo y quienes los realizan carecen de cualquier cobertura de salud o protección contra el desempleo.
El impacto económico de la pandemia también golpeará con más contundencia a las mujeres, quienes representan 54% del mercado informal de trabajo. Como ejemplo, las trabajadoras domésticas, quienes suman 18 millones en América Latina y el Caribe, enfrentan un elevado riesgo de quedar sin ingresos, a medida que se les solicite dejar de trabajar para evitar contagiar a las familias que las emplean. Lo que es más grave: corren el riesgo de contagiarse ellas mismas por estas familias, sin tener el mismo acceso a servicios de salud de calidad. Las medidas de distanciamiento social pueden afectar además el cobro de pensiones, ayudas y transferencias.
Por si fuera poco, en períodos de confinamiento, la casa no siempre es el lugar más seguro para mujeres, niñas y niños. En países como Francia y Australia, la violencia doméstica se ha disparado desde la puesta en marcha de medidas de cuarentena, llevando a ambos gobiernos a adoptar repuestas. Las restricciones a la movilidad durante la cuarentena representan para muchas mujeres obstáculos adicionales para huir de la violencia o acceder a órdenes de protección y servicios esenciales, como alertó esta semana el Secretario General de las Naciones Unidas, António Guterres. En América Latina y el Caribe, donde se encuentran algunos de los índices más altos de femicidio a nivel global, esto nos preocupa de manera particular.
¿Cómo asegurar entonces que los efectos de esta pandemia no perjudiquen de manera desproporcionada a las mujeres?
Es indispensable, en primer lugar, que las mujeres y las organizaciones de mujeres tengan poder de decisión y liderazgo en la elaboración de los planes de respuesta a todos los niveles. Las políticas y medidas que no toman en cuenta las necesidades especiales de las mujeres no son sostenibles y están destinadas al fracaso. Esto contempla, necesariamente, asegurar la disponibilidad de datos desagregados por sexo y análisis de género, que midan las tasas diferenciadas de infección, los impactos económicos, la carga de cuidados y la incidencia de violencia doméstica y sexual.
Los planes de emergencia y las medidas extraordinarias que los gobiernos adopten como respuesta al coronavirus no pueden ignorar las demandas de las mujeres durante este período. Y hay ejemplos alentadores: Canadá destinará 50 millones de dólares al fortalecimiento de centros de atención a víctimas de violencia doméstica y sexual como parte de un paquete de respuesta a la pandemia. En América Latina, Argentina y Uruguay están prorrogando automáticamente las medidas cautelares de protección para víctimas de violencia de género que vencieron en los últimos 40 días o que vencerán dentro del periodo de la cuarentena.
Por último, pero no menos importante, el rol que las organizaciones de mujeres y feministas están desempeñando en esta pandemia es absolutamente crucial. Al igual que en otras crisis, estas organizaciones están al frente de las respuestas en sus comunidades y llegan a quienes se encuentran en situación de mayor vulnerabilidad: manteniendo en operación los centros de atención a las víctimas de violencia, canalizando mensajes de salud pública, movilizándose contra el incremento de la violencia machista y organizando “ruidazos” desde sus casas y en plataformas digitales.
Por lo tanto, es indispensable que estas organizaciones sean consultadas y que sus propuestas y demandas —así como su experiencia y conocimiento— sean plenamente incorporadas en los planes de respuesta. Es más importante que nunca financiar estas organizaciones para que puedan seguir jugando su rol, fortalezcan sus capacidades de respuesta y desarrollen nuevas soluciones frente a esta crisis.
El mundo entero está de pie contra una amenaza común que ha alterado nuestra forma de vida más allá de lo imaginable. No descuidemos a quienes lo están dando todo para preservar esa forma de vida y para que todos y todas podamos volver a disfrutarla más temprano que tarde.
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